El lunes arrancó con otro capítulo de la novela que nunca termina: el dólar oficial escaló hasta los $1.360 en las pizarras del Banco Nación, marcando un salto de 25 pesos en apenas unas horas. Pero el verdadero protagonista sigue siendo el paralelo, que en el mercado informal se vende a $1.350, casi al mismo valor que el oficial, generando desconcierto entre ahorristas y comerciantes.
La receta del Gobierno para frenar la corrida es conocida: tasas altísimas en pesos que, lejos de calmar las aguas, empiezan a hundir a la economía real. Las empresas ya lo sienten: los adelantos en cuenta corriente se dispararon del 36% al 93% en cuestión de semanas, un mazazo que deja a muchos al borde de la recesión. Mientras tanto, el ciudadano común mira cómo su sueldo se achica al ritmo de las pizarras.
Con elecciones a la vuelta de la esquina, la estrategia oficial parece un juego peligroso: tapar la inflación con tasas y rezar para que el dólar no explote. Pero en la calle, donde manda el blue, la sensación es otra: los precios siguen corriendo y la confianza se evapora. Y como siempre, la pregunta que todos se hacen es la misma: ¿hasta cuándo se puede aguantar este equilibrio en la cornisa?