En un operativo de película (aunque de muy mala trama), la policía atrapó a un viejo conocido del barrio, apodado “Lolo”, cuando caminaba tranquilamente por las calles de Quequén, como si no cargara sobre sus espaldas un violento asalto que dejó a un vecino con la cara destrozada y el tabique nasal fuera de lugar. La víctima, que fue atacada brutalmente en su propia casa de la zona costera, apenas pudo reconocer a sus agresores por la rapidez y ferocidad del ataque.
Pero esto no termina ahí. Días antes, el otro implicado —ni más ni menos que el padre del joven— ya había sido esposado durante allanamientos realizados en la misma ciudad. La justicia ahora baraja pedir prisión preventiva para ambos, mientras se acumulan pruebas que los dejan más complicados que explicación municipal en época de campaña.
Según el fiscal Carlos Larrarte, no hay dudas: padre e hijo formaban un dúo explosivo y peligroso. La captura de “Lolo” no fue fácil; requirió seguimientos sigilosos, vigilancia sostenida y mucha paciencia. Todo para frenar a esta familia delictiva que, al parecer, confundió el concepto de la herencia con el de reincidencia. Ahora, el juzgado de garantías deberá decidir si duermen en casa o en un calabozo, aunque el barrio entero ya emitió su veredicto.