Soñaba con construir un imperio narco, pero terminó encajonado por un error de amateur. Juan Carlos Insúa, sindicalista con doble chapa en gremios de la carne y del agro, quiso jugar en las grandes ligas del narcotráfico… y se quemó con el primer kilo. Compraba merca boliviana en Buenos Aires, la mandaba a San Luis y con su socio Ramayo armaban el delivery más caro del país: 5 kilos semanales que le dejaban $140 palos por mes. Todo iba viento en popa hasta que una llamada mal calculada terminó con los patrulleros pisándole los talones.
El operativo era tan ridículamente evidente que se preguntan cómo no cayó antes. “Campo de merca” le decían al lugar de reparto, y hasta usaban la palabra clave “novillos” como si estuvieran vendiendo asado. Con su novia como testaferro, su hijo poniendo autos y videos en Miami diciendo “estamos construyendo nuestro imperio”, Insúa parecía más influencer que narco. Pero entre estaciones de servicio, bolsos con millones y audios hablando de “lucas por gramo”, dejó más pistas que una novela de Netflix mal escrita.
Todo terminó el 19 de junio de 2024, cuando un Fiat Strada cargado con un kilo largo de cocaína fue detenido en La Punilla. Fin del juego. Insúa, el que se hacía el capo con delegaciones sindicales truchas y campings “tapadera”, ahora duerme en celda con vista al fracaso. La banda cayó entera, 13 detenidos y un imperio en ruinas. El sueño de exportar polvo a España quedó en eso: otro castillo de coca derrumbado.