Una vez más, la intolerancia volvió a manchar las calles de Necochea. Esta vez, la sede de La Libertad Avanza amaneció con pintadas ofensivas y señales claras de un ataque cobarde que ocurrió durante la noche del 30 de junio. Desde el espacio político no tardaron en reaccionar y denunciaron el hecho como un nuevo intento por silenciar ideas a través de la violencia. Las imágenes circularon rápidamente en redes sociales bajo un mensaje desafiante: “Nos pueden ensuciar las paredes, pero no las convicciones”.
El episodio, lejos de ser un hecho aislado, forma parte de un historial oscuro que se repite en la ciudad. En 2023, el mismo espacio fue atacado durante el balotaje presidencial con rotura de vidrios. Y no fueron los únicos: tanto la unidad básica “Saúl Ubaldini” del peronismo como la sede del Movimiento Evita también sufrieron pintadas cargadas de odio, incluyendo frases como “zurdos” y “aguanten los milicos”, que retrotraen a los momentos más oscuros del país. Sin embargo, y pese a las denuncias, la mayoría de estos casos quedaron archivados en el olvido judicial.
Mientras el vandalismo político se convierte en parte del paisaje y las paredes se vuelven trincheras de odio, la sociedad necochense parece atrapada en una espiral de agresión cruzada. ¿Qué tan lejos estamos dispuestos a llegar por una ideología? La política local necesita urgentemente un freno, pero no a las ideas: al fanatismo. Porque cuando el disenso se responde con piedras o aerosol, la democracia empieza a tambalear.