En el corazón del peronismo se respira miedo, tensión y olor a sentencia. Cristina Fernández de Kirchner, jefa espiritual del PJ, sabe que el tiempo se le acaba. La Corte Suprema estaría a un paso de confirmar su condena por corrupción, y en su entorno ya comenzaron las maniobras desesperadas: reuniones secretas, casas en el Conurbano en revisión y hasta charlas de “plan cárcel” como si fuera una mudanza más. Pero esta vez no hay helicóptero presidencial ni militancia fanática que pueda borrar lo evidente: el reloj judicial hace tic tac.
En un local de San Telmo, bajo la excusa de una picada, Cristina se juntó con lo más granado del cristinismo: Recalde, Máximo, De Pedro, Mendoza y compañía. El acting fue de unidad, pero la verdad flotaba como humo en una parrilla: todos saben que la caída está cerca. Ella lo deslizó entre líneas: “Todo puede cambiar si la Corte no quiere”. Traducción: ya se prepara para lo peor. El peronismo, fracturado y sin brújula, juega a las escondidas mientras la líder —lejos de Recoleta y cada vez más cerca de Constitución— elige entre prisión domiciliaria o exilio simbólico en el sur.
Del otro lado del ring, los libertarios huelen sangre. Karina Milei y Santiago Caputo están afilando la estrategia: dejarla caer sola y rematarla en las urnas, como una revancha histórica. El Presidente se fue a Roma, pero dejó claro que los “populistas y traidores” —como Vidal y Lospennato— no tendrán piedad. La elección se juega en todos los frentes: en la Corte, en los barrios del conurbano y en X (antes Twitter), donde ya suenan nombres como Iñaki Gutiérrez y “El Gordo Dan”. Mientras tanto, la gran pregunta se multiplica en todos los cafés políticos del país: ¿Es este el final de Cristina? Y si cae, ¿quién se atreve a heredar su legado manchado?