Claraz, ese tranquilo rincón del distrito que solía dormir en paz, tuvo su momento de catarsis esta semana. Cansados de las motos que rugen hasta la madrugada y la música que sacude ventanas, más de 20 vecinos dijeron “basta” y enfrentaron cara a cara a funcionarios municipales. Entre ellos, la secretaria de Gobierno, Paula Faramiñán, que llegó en modo “escucha activa” junto a su séquito de burócratas, prometiendo respuestas que aún no aparecen.
La postal fue clara: quejas por ruidos, cortes de motor, falta de control y la sensación de que Claraz se está convirtiendo en una pista de motocross con parlantes a todo volumen. El municipio, fiel a su manual, recomendó usar el 147 y un número de WhatsApp para hacer denuncias. Los vecinos, mientras tanto, siguen esperando que alguna patrulla real aparezca antes del próximo escándalo nocturno.
La movida forma parte de los famosos “operativos de cercanía”, esa estrategia de Arturo Rojas para parecer accesible sin meter mano firme en los problemas. Porque en Claraz, como en muchos otros rincones del partido, los funcionarios aparecen, se sacan la foto, escuchan promesas de solución… y se van. Y la paz, esa que tanto prometen, sigue siendo un recuerdo lejano.