Axel Kicillof tiró la bomba: decidió que la provincia de Buenos Aires irá a elecciones separadas de las nacionales, desatando una tormenta de proporciones bíblicas dentro del peronismo. El gobernador, desafiante, firmó el decreto que fija los comicios bonaerenses para el 7 de septiembre, mientras las nacionales seguirán su curso el 26 de octubre. ¿La excusa? Evitar un caos de boletas y sistemas de votación mezclados. ¿La consecuencia? Una grieta feroz con Cristina Kirchner y La Cámpora, que lo acusan de romper la unidad del espacio.
La tensión ya venía hirviendo, pero el anuncio hizo saltar todo por los aires. Cristina, furiosa, advirtió que podría lanzarse como candidata en la provincia, mientras Máximo Kirchner y Sergio Massa intentaron frenar el desdoblamiento con una reunión maratónica que terminó en nada. Desde La Cámpora lo acusan de “traicionar el proyecto nacional” y de querer esquivarle el bulto a una elección que los pondría cara a cara con Javier Milei. “Prefiere chocar con Cristina que competir con Milei”, dispararon sin filtro.
Mientras tanto, la Legislatura suspendió la sesión que iba a tratar la posible eliminación de las PASO, y el peronismo quedó tambaleando, sin brújula ni liderazgo claro. Kicillof apuesta todo a su juego individual, pero en el tablero político más caliente del país, jugar solo puede costar muy caro. ¿Es el principio de un nuevo liderazgo o el primer paso hacia una ruptura definitiva del Frente? La guerra está declarada. Y esto recién empieza.